martes, 28 de octubre de 2014

Marnie en el País de los libros

Eran las siete de la tarde cuando Marnie entró en la librería. Salió de su casa sin rumbo aparente, movida por unas irrefrenables ganas de sentir el ambiente húmedo que tanto extrañaba tras sufrir las constantes oleadas de calor veraniegas. Un gato blanco cruzó la carretera y eso captó la atención de Marnie que, asombrada por el blanco impoluto de su pelaje, decidió seguirlo.
Ella no desistió en su persecución, y tras pasar varias calles, el gato se detuvo frente a una antigua puerta la cual la joven advirtió que llevaba rezado el cartel de librería. El felino se adentró en la tienda seguido por Marnie y , una vez dentro, la joven quedó fascinada ante el paraíso literario que la rodeaba.
Su idilio con los libros comenzó a una edad muy temprana cuando sus padres le regalaron el que hoy es su libro favorito, Peter Pan. Su abuelo y ella lo leían todas las noches ,hasta que debido al implacable paso del tiempo, el anciano terminó su ciclo. Nunca sintió tanto dolor como el que experimentó tras esa pérdida puesto que esta persona le abría la puerta a un mundo en el que podía soñar despierta y adentrarse en él junto a todos los niños que quieren permanecer siempre de la misma forma,siendo niños. Su abuelo abría la ventana de su habitación todas las noches lo que alimentaba la esperanza de Marnie de que Peter Pan apareciera y se la llevara a Nunca Jámas .
Marnie era una joven de estatura media, de piel pálida, cuyos ojos avellana conseguían deslumbrar a quienes la miraban. Sus rizos rubios caían sobre sus hombros y conseguían cubrir su único defecto, las orejas de soplillo, la pobre semejaba Dumbo cuando se recogía el pelo con una coleta.
No pertenecía al grupo de populares en su colegio y sus preferencias iban más encaminadas a la lectura lo que la apartó de socializar demasiado.
Nunca decía adiós porque adiós significaba para ella, igual que para Peter Pan, olvidar, y precisamente era algo que no se permitía. Quería llevar a su abuelo en sus recuerdos para toda la vida.
Perdió de vista al gato cuando entró por un recoveco en la última balda de una estantería situada al fondo de la librería. Sin pensarlo dos veces, oteó el oscuro agujero y creyó conveniente adentrarse para rescatar al gato. Lo que no sabía era que de esta forma se estaba adentrando en un mundo totalmente diferente que chocaba con toda la monotonía de la vida humana y que, a pesar de ello, la hacía sentir ella misma como nunca antes.
Asomó la cabeza y contempló la oscuridad justo antes de caer al vacío.
No sabía cuánto tiempo estuvo suspendida en el aire hasta que sintió la fresca hierba acariciándole las piernas, abrió los ojos y sorprendida contempló lo que se mostraba a su alrededor. Difería bastante del habitual paisaje terrestre : grandes árboles de hojas azules, flores que desprendían un aroma a chocolate, un cielo teñido de magenta cargado de estrellas que parecían tener vida. Todo en ese sitio cobraba vida y te invitaba a querer adentrarte de forma inconsciente, como si tuviera una fuerza extraordinariamente hipnótica.
Se levantó y comenzó a dar pasos cortos que hicieron asomar las pintorescas figuras de animales que, aunque debieran producir cierto temor en ella, no hacían más que causarle curiosidad.
Pudo distinguir una especie de ciervo coloreado de azul, numerosos pajarillos que revoloteaban sobre las copas de los árboles creando explosiones de colores, producidas por el arco íris de plumas que recubría sus pequeños cuerpecitos.
Nunca pudo imaginar que existiera un lugar tan idílico y de ensueño , tan poco típicamente humano.
Siguió su instinto dispuesta a emprender el camino que se distinguía en el suelo, cuando de pronto, un extraño ser de estatura baja y rellenito, ataviado con ropajes de varios siglos atrás, la detuvo y comenzó a decir:
Pero ¡Mirad que espectáculo verla aproximarse! Observar el violento combate de colores en su cara y cómo el blanco y el carmín se destruyen el uno al otro. ¡Sus mejillas, pálidas antes, brillan ahora como un relámpago del firmamento!
Marnie quedó atónita y no pudo hacer más que contemplar al pequeño hombrecillo que le dedicaba bellas palabras. Se presentó como Pigmeo, caballero de Heartline y cuya misión era encontrar a su amada Roberta.
Recuperada en cierta medida Marnie pudo pronunciarse y realizar la pregunta. Moría en ganas de conocer la respuesta.
¿Dónde estoy?Inquirió la joven
¡Oh! ¿Dónde estamos?¿En la tierra o en las llamas? Sin mi amada gozo al morir, o vivo al gozarMarnie notó una angustia vital en sus palabras, y tras digerir lo que dijo Pigmeo, reconoció en ellas la prosa de uno de los autores que más la habían hecho suspirar, su adorado Shakespeare.
Marnie se alejó de Pigmeo que suplicaba al cielo por reencontrarse con Roberta.
Al cabo de unos minutos caminando por el serpenteante sendero, se topó de lleno con un extraño arbusto poblado no de hojas, sino de libros cuyas hermosas cubiertas incitaban a abrirlos. Llevada por la curiosidad, Marnie palpó uno de estos, y casi al instante, una irrefrenable sensación de atraparse entre sus páginas se adueñó de ella. En cuanto pasó la primera página, sintió la agradable brisa del mar en un día de verano. La sensación de mareo la recorrió por completo. Distinguía un murmullo lejano en la cubierta de un barco, incluso el destello del catalejo que un pirata sostenía con la mano buena. La similitud entre la realidad y aquellos libros que Marnie iba abriendo era cada vez mayor. Cruzaban una línea imaginaria, como si fueran un mismo mundo. Así lo sentía ella, así era en el País de los libros. Las mismas emociones que al leer se abrían paso, se convertían en algo casi palpable allí. Páginas y libros se abrían en aquel mágico arbusto. Notas musicales que tomaban forma en la cabeza de Marnie mientras leía, se tornaban en una música celestial; historias de amor que la hacían suspirar, las sentía como si las estuviera experimentando ella misma, aspiraba el salvaje olor del bosque…
Una vez saciada de sensaciones literarias,la chica se dio la vuelta y se topó de lleno con el gato. Por un momento creyó que le sonreía. Pero, ¿Cómo iba a sonreír un gato? Tal vez hubiera pasado demasiado tiempo en aquel lugar tan maravilloso y a la vez insólito.
El blanco felino decidió dar media vuelta y volver por donde hubiera venido. Como Marnie no sabía por dónde ir, le siguió. Resultó que la condujo de nuevo hacia el sitio en el cual se precipitó. Unos pasos más adelante, se encontraba una oquedad cual boca del lobo por la que el gato se introdujo. Marnie un poco triste por abandonar el precioso mundo que todavía no había explorado del todo, se coló reapareciendo en la librería como si nada hubiera pasado.
Como si todo fuera un hermoso sueño. ¿Lo era? Se preguntó.
El gato estaba a su lado, relamiendo su peluda cola. Decidió llevárselo consigo como recuerdo. Fuera un sueño o no, aquella aventura le hizo comprender mejor que nunca la magia que pueden llegar a tener los libros. Estarán hechos de papel, serán objetos comunes bonitos y feos, pero lo verdaderamente importante es lo que encierran en el interior.

Marnie tenía una vida común, no obstante había visitado lugares que no estaban en este mundo, conocido dragones y besado a sapos que se convertían en príncipes. Ese mundo que había visitado le hizo darse cuenta de que la magia existía en cada palabra escondida entre las páginas de un libro. Especialmente en las sensaciones que experimentaba al zambullirse en ellas.

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